lunes, 16 de enero de 2012

La Vida Cristiana Victoriosa Capitulo Dieciseis

Por Alan Redpath

El Galardón del Discípulo 

Josué 14:14 


6 Y los hijos de Judá vinieron a Josué en Gilgal; y Caleb, hijo de Jefone cenezeo, le dijo: Tú sabes lo que Jehová dijo a Moisés, varón de Dios, en Cades-barnea, tocante a mí y a ti. 

7 Yo era de edad de cuarenta años cuando Moisés siervo de Jehová me envió de Cades-barnea a reconocer la tierra; y yo le traje noticias como lo sentía en mi corazón. 
8 Y mis hermanos, los que habían subido conmigo, hicieron desfallecer el corazón del pueblo; pero yo cumplí siguiendo a Jehová mi Dios. 
9 Entonces Moisés juró diciendo: Ciertamente la tierra que holló tu pie será para ti, y para tus hijos en herencia perpetua, por cuanto cumpliste siguiendo a Jehová mi Dios. 
10 Ahora bien, Jehová me ha hecho vivir, como él dijo, estos cuarenta y cinco años, desde el tiempo que Jehová habló estas palabras a Moisés, cuando Israel andaba por el desierto; y ahora, he aquí, hoy soy de edad de ochenta y cinco años. 
11 Todavía estoy tan fuerte como el día que Moisés me envió; cual era mi fuerza entonces, tal es ahora mi fuerza para la guerra, y para salir y para entrar. 
12 Dame, pues, ahora este monte, del cual habló Jehová aquel día; porque tú oíste en aquel día que los anaceos están allí, y que hay ciudades grandes y fortificadas. Quizá Jehová estará conmigo, y los echaré, como Jehová ha dicho. 
13 Josué entonces le bendijo, y dio a Caleb hijo de Jefone a Hebrón por heredad. 
14 Por tanto, Hebrón vino a ser heredad de Caleb hijo de Jefone cenezeo, hasta hoy, por cuanto había seguido cumplidamente a Jehová Dios de Israel. 
15 Mas el nombre de Hebrón fue antes Quiriat-arba; porque Arba fue un hombre grande entre los anaceos. Y la tierra descansó de la guerra. 

—Josué 14:6–15


El capítulo 14 del libro de Josué contiene una muy maravillosa historia, acerca de un hombre que, a la edad de 85 años, interrumpió la repartición de la tierra entre el pueblo de Dios cuando se salió de las filas para reclamar la porción de tierra que Dios le había prometido 45 años antes. 


Caleb es uno de los grandes personajes de la Biblia. ¡Cuan profundo y sin embargo cuan sencillo fue el secreto de su grandeza! La gente que es grande no es complicada; son la sencillez misma. Usted puede leer al verdadero hombre de Dios como si fuera un libro. Para los ojos que han sido abiertos por el Espíritu de Dios es fácil discernir la grandeza de un hombre como Caleb. ¡Cuan eternos son los principios de Dios y cuan inmutables las condiciones de toda bendición espiritual! Estoy seguro que si aprendemos a seguir al Señor nuestro Dios cumplidamente como lo hizo Caleb, el resultado será él mismo tanto en su vida como la mía. El Dios de Caleb es nuestro Dios. 


Que la fe que fue nuestra durante nuestra juventud no se apague en nuestra vejez, que la visión del Señor sea aun mas clara al envejecer, que cuando nuestro peregrinar por esta vida este por terminar no estemos contentos con solo mirar hacia el pasado sino que estemos listos y ansiosos por librar nuevas batallas con nuestro enemigo—sin duda es a lo que todos aspiramos. Esta fue la aspiración de este “Gran Corazón” del Antiguo Testamento. Veámoslo a él, para ver si podemos entender el secreto de su grandeza. 

Este hombre de Dios tuvo una fe que nunca titubeo. Vuélvase atrás 45 años a aquel funesto día en la historia del pueblo de Dios según se recuenta en los capítulos 13 y 14 del Libro de Números. Después de un rápido cruce del desierto llegaron a un lugar llamado Cades-Barnea, en los mismos limites de la tierra prometida por Dios. Pero la incredulidad que tan seguido los plagó durante su peregrinar por el desierto demandaba que espías fueran enviados para explorar la tierra. Doce hombres, uno de cada tribu, recordarán ustedes, fueron enviados a reconocer el terreno. 

Después de un recorrido de inspección de seis semanas volvieron con dos reportes: un reporte de parte de la mayoría y uno de la minoría. Ahora, la mayoría reconoció que la tierra fluía con leche y miel, pero habló con temor de los gigantes. “Sin embargo,” ellos dijeron, “el pueblo que habita aquella tierra es fuerte, y las ciudades muy grandes y fortificadas; y también vimos allí a los hijos de Anac.” [Que son descendientes de los gigantes] (Números 13:28). “No podremos subir contra aquel pueblo” dijeron. En el reporte minoritario traído por Josué y Caleb reconocieron la existencia de los gigantes, pero ellos creyeron a Dios. “Si Jehová se agradare de nosotros, Él nos llevará a esta tierra” (Números 14:8). Y nos la entregará.” Dijeron ellos. 

Ellos habían visto todo lo que la mayoría había visto, con esta diferencia: la mayoría había medido a los gigantes contra sus propias fuerzas; Caleb y Josué habían medido a los gigantes contra Dios. La mayoría tembló; los dos triunfaron. La mayoría tenían grandes gigantes y a un Dios pequeño. Caleb tenía un Dios grande y gigantes pequeños. Sin duda existía un “si” condicional en su creencia, pero no era un “si” de incredulidad en humildad: “Si Jehová se agradare de nosotros.” Al decir esto, él miró hacia atrás al peregrinar por el desierto que había durado un año; él recordó el día en él que había sido sacado de Egipto por el poder de la sangre del Cordero; él recordó la dirección segura de la columna de fuego de noche y la nube de día, y él sabia que Jehová se agradaba en Su pueblo. “Por lo tanto él nos llevará a esta tierra.” 

El clamor del pueblo fue, “Volvámonos a Egipto.” Se habían olvidado de la esclavitud. En su deseo de evitar mayores problemas y peligros en este peregrinar deshonraron a Dios. Por lo tanto Él tuvo que hacer perfectamente claro que la bendición de la tierra, que tenia que ser recibida por fe y obediencia, tenía que ser negada a toda una generación de Su pueblo con la excepción de Caleb y Josué. 

Acerca de Caleb Dios dijo, “Por cuanto hubo en él otro espíritu, y decidió ir en pos de mí, yo le meteré en la tierra donde entró” (Números 14:24). Como atesoró Caleb esa promesa del Señor en su corazón durante cuarenta y cinco años de cansado deambular, de incesante trabajo e interminable conflicto, de esperanzas no realizadas. Entre las murmuraciones de la gente él retuvo el propósito de seguir completamente al Señor. De la misma forma que un ilustre antepasado, “No dudó, por incredulidad, de la promesa de Dios, sino que se fortaleció en fe, dando gloria a Dios;. . . plenamente convencido de que era también poderoso para hacer todo lo que había prometido;” (Romanos 4:20–21). Era una pérdida de tiempo el tratar de convencer a Caleb de que se revelara contra Moisés. Nunca se encontró entre los inconformes o entre los escépticos e incrédulos. Nunca se encontró entre la gente que anhelaba las cebollas y el ajo de Egipto. Nunca fue encontrado entre aquellos que desobedecieron a Dios o entre la gente que se volvió a la idolatría. Él había visto lo que era el galardón por la obediencia, y eso fue suficiente para mantenerlo en la verdad el resto de su vida, y fue eso lo que lo trajo finalmente al lugar que Dios le había prometido. 

Que momento cuando, a los ochenta y cinco años de edad, ese hombre, en toda la madurez de un carácter piadoso, y en toda la autoridad de alguien que cree en Dios, se salió de las filas él solo. Había pasado por muchas dificultades y había tenido éxito en la lucha para vencer a aquellos que hubieran hecho casi cualquier cosa para disuadirlo de sus convicciones. Que emoción fue escucharlo decir, “¡Ahora, después de cuarenta años de esperar, después de mucha agonía de espíritu, después de haber sido tentado por la muchedumbre a dar marcha atrás—ahora, dame la montaña de la cual habló el Señor en aquel día!” 

No se cuantos de nosotros vamos a llegar a vivir hasta los ochenta y cinco años, pero Dios sabe como anhelo que cuando llegue al atardecer de la vida yo pueda tener una fe como la de Caleb basada en una convicción inmovible de que el Señor se agrada en mi. ¿Qué no se agrada Él de nosotros? Mire la Cruz del Calvario. Seguramente Dios ha mostrado Su amor hacia nosotros mas allá de cualquier duda, en que “cuando aun éramos pecadores Cristo murió por nosotros.” 

Yo vi a Jesús, 
Nada más importa ya, 
La visión de mi espíritu, 
Al Señor Crucificado encadenada está. 

Por esa razón, no importa cuan oscuro o solitario el camino, sabemos que Dios ama a Su pueblo. Sabemos que al final de la jornada el galardón será nuestro, que con fe y con paciencia heredaremos la promesa. ¡Pero, oh, como titubea nuestra fe! ¡Como le huimos a la batalla de la vida! No siempre nos encontramos alertas; no siempre estamos vueltos hacia Jesús. ¡Como, Dios nos perdone, hemos sentido la atracción de Egipto de nuevo! Hemos estado conscientes una y otra vez de la fascinación que tenemos con las cosas que dejamos en nuestra juventud. Cuan a menudo nos hemos sentido desanimados en nuestra lucha para seguir caminando con Dios, cuan a menudo nos hemos sentido tentados a quejarnos, y cuan a menudo, Dios perdónanos, nos unimos al ejercito de aquellos que se quejan de que la vida cristiana es demasiado difícil. Tenemos que humillarnos delante de Dios cuando reconocemos que aunque hemos sido puestos en la posición de Sus hijos, en experiencia somos solo pecadores salvos por gracia. 

Mis amigos cristianos, quiero que una vez mas se vuelvan a Jesús. Miren hacia atrás y recuerden el pozo del cual ustedes fueron salvados, miren hacia atrás a la paz que vino a sus vidas, y recuérdenle a su corazón que su fe esta fundada sobre el cimiento de la convicción que “Dios amó tanto al mundo, que dio a Su Hijo unigénito” (John 3:16).

Notemos también que la fuerza de Caleb nunca se debilitó. El versículo once de este asombroso capitulo nos dice que a la edad de ochenta y cinco años Caleb declara que él es tan fuerte como cuando tenía cuarenta años. Él dijo, “Todavía estoy tan fuerte como el día que Moisés me envió; cual era mi fuerza entonces, tal es ahora mi fuerza para la guerra, y para salir y para entrar.” Una fe que nunca titubeó le habilitaba para poder tener una fe que nunca se debilitó—el poder de Dios mismo. Ninguna energía humana hubiera sido suficiente para las pruebas del camino. Sin embargo este hombre podía trabajar y luchar y quedar completamente exhausto, y aun así poder estar lleno de la fuerza de Dios. Si había un hombre que lo pudiera decir, él sin duda podía decir que, “aunque este nuestro hombre exterior se va desgastando, el interior no obstante se renueva de día en día.”

Oh, cuan precioso es para mi, al encontrarme casi a la mitad de mi vida, y conocer a personas con la edad para poder ser mi padre o mi madre, algunos de ellos sin fuerzas para salir de sus casas, algunos ya delicados en cuerpo, y sin poder asistir a la casa de Dios, alguno ya muy débiles en su mente, pero aun fuertes en la fe. Yo quiero terminar mi peregrinar por esta tierra de esa forma, ¿Usted no? Fuerte, valeroso, seguro, teniendo denuedo en la fe, y pudiendo decir, “he peleado la buena batalla, he terminado la carrera, he guardado la fe.” Caleb podía hacer uso de la clase de fuerza que es irresistible porque el tenía una fe que nunca titubeó. 

Y su galardón fue una victoria total. En Josué 15:14 descubrimos que de toda la gente que recibió heredad en la tierra, Caleb fue el único que tuvo éxito en expulsar al enemigo. Los otros apenas y pudieron avanzar; da tristeza leer al última parte del libro de Josué, porque una y otra vez leemos, “Y no pudieron echarlos fuera.” Los carros de hierro eran demasiado fuertes para ellos—a menudo ese es el recuento del libro. Pero Caleb echó fuera al enemigo completamente, aun cuando había tres gigantes en la tierra que le tocó a él. El hombre que siguió cumplidamente a Dios fue el único que fue completamente victorioso en la lucha. 

Estamos conscientes—enfrentemos esta verdad juntos delante de Dios—de que a menudo hemos fracasado en nuestro intento de expulsar al enemigo. Él sigue acechando desde esa fortaleza dentro de nosotros de la cual nos avergonzamos amargamente en nuestros mejores momentos. Él aun conoce los puntos débiles de nuestra armadura. Pero yo siempre he encontrado que el fracaso de no echar fuera de mi vida al enemigo, se debe a mi fracaso de no seguir cumplidamente al Señor. Existe alguna falla, algo que hace que mengue la fuerza espiritual, algo que roba la vitalidad espiritual, y si no fuera por eso el enemigo sería exterminado. El triunfo absoluto es logrado solo como resultado de una obediencia total. Solo Dios sabe, al Él ver en nuestros corazones, en donde se encuentra la fuga de nuestra consagración, la falla de nuestra obediencia, el colapso en nuestro caminar con Él, que ha resultado en nuestro fracaso en completamente exterminar a nuestro enemigo. ¡Dios perdónanos, Espíritu Santo ilumina nuestros corazones! Caleb siguió cumplidamente al Señor, y echo completamente fuera al enemigo. 

Ahora usted debe observar algo más acerca de Caleb, que tenia una bendición que nunca desperdició. Porque de nuevo en el capitulo 15 se nos dice que él tenia algo extra para dar a su hija y el esposo de ella. Él pudo tomar algo de la heredad que Dios le había dado a él, y dársela a esta pareja de recién casados al ellos comenzar su vida juntos. Él les dio las fuentes de arriba y las fuentes de abajo. Verdaderamente se pudiera decir acerca de Caleb que él era “como un huerto bien regado, lleno de fragancia,” esta era la condición de su corazón. La bendición de su vida rebosaba de él y tocaba a otra gente, y él tenia el poder de abrir fuentes de bendición espiritual para otros. 

¿No le da hambre a su corazón de decir, “Señor Jesús, hazme así?” Al mío sí. Oh que podamos llegar radiantes a nuestra vejez y con la habilidad que se extrae de haber vivido la experiencia de la gracia de Dios para poder pasar el excedente de lo que Dios me ha dado a mí, a alguna pareja que comienza su peregrinar por la vida junta. Para poder enseñar a otros el camino de la gracia, la bendición y la victoria, y poder decir estas cosas sin que me cause vergüenza, no solamente con mis labios, sino con una vida que se ha convertido en algo dulce y lleno de gracia y semejante a Cristo—oh, que pueda tener una vejez como esa. 

Amados, había un secreto para todo esto, y fue simplemente esto: Caleb nunca languideció. Cuando a la edad de cuarenta años fue a espiar la tierra, hubo un lugar que capturó su corazón. No fue su fruto, no fue la leche y miel que lo atrajeron a ella. Para este gigante de la fe esas bendiciones eran secundarias. El nombre del lugar era Hebron. Situada sobre una escabrosa montaña, era la fortaleza más poderosa del enemigo, y era cuidada por los más fuertes de los gigantes de la tierra. Allí Abraham había puesto su tienda. Allí Dios había hablado frente a frente a Abraham. Fue allí en donde Dios le había dado a Abraham la tierra prometida. La palabra “Hebron” transmite en si misma este significado: compañerismo, amor, y comunión. Este era el lugar que Caleb quería. Es el lugar que todos nosotros debemos buscar y encontrar. 

Existe un lugar guardado por fuerzas poderosas, una fortaleza escabrosa de a cual Satanás intenta mantener alejado al pueblo de Dios a toda costa. Él está preparado para regatear por porciones de la tierra con los hijos de Dios: él les concederá los llanos y los valles, él les dará leche y miel. Ah, pero cuando Satanás ve a un alma que lucha por acercarse a la montaña de Hebron—esa alma que no estará satisfecha con nada en su vida excepto el amor, el compañerismo y la comunión con Dios—entonces Satanás es movido a dar una batalla desesperada. 

Aquí estaba el secreto de la paciencia de Caleb, de su fe, y de su completa victoria—en Hebron él había visto de lejos el galardón del discipulado—el galardón mas grande de todos. Aquí Dios se había encontrado con el hombre frente a frente. Caleb vio el lugar de comunión, de compañerismo, de la bendición infinita de Dios, y, a pesar del costo y de las dificultades, el siguió adelante hasta que Hebron fue suyo. 

“Por tanto, Hebrón vino a ser heredad de Caleb hijo de Jefone cenezeo, hasta hoy, por cuanto había seguido cumplidamente a Jehová Dios de Israel.” (14:14).

Vida Cristiana Victoriosa: Estudios en el Libro de Josué 
Copyright © 2007 by the Redpath Family 
Traducido por Carlos Alvarado


martes, 3 de enero de 2012

Perdonado Para Yo Perdonar

Por Carlos Alvarado 

Mateo 6:12 Y perdónanos nuestras deudas, como también nosotros perdonamos a nuestros deudores.

¿Alguna vez se han puesto a pensar en lo que le estamos pidiendo a Dios cuando decimos “perdona mis deudas como yo perdono a mis deudores”? ¿En realidad nos gustaría que Dios nos perdonara a nosotros como nosotros perdonamos a los demás?

Esto es algo en lo que como cristianos debemos forzarnos a meditar. Por que si Dios me va a perdonar a mí en la misma forma que yo perdono, quizás yo no pueda ser perdonado. En este momento en realidad no puedo recordar a nadie a quien no le haya perdonado sus ofensas en contra mía, pero después de leer este pasaje esta mañana en mi tiempo de devoción y oración quiero que sepan que si me acuerdo de alguien, he decidido que lo voy a perdonar sin ninguna medida ni reserva. Estoy seguro que habrá algunas instancias en la que se haga difícil hacerlo, pero perdonar a los que me han ofendido y/o a los que me vayan a ofender en el futuro no es una sugerencia que el Señor me esta dando aquí, es de hecho un requisito para yo poder ser perdonado por mi Padre celestial.

Lean conmigo lo que dice el Señor en los versículos 14 & 15 de Mateo 6:14 Porque si perdonáis a los hombres sus ofensas, os perdonará también a vosotros vuestro Padre celestial; 15 más si no perdonáis a los hombres sus ofensas, tampoco vuestro Padre os perdonará vuestras ofensas.

¿Que quiere decir esto? Dios nos ha perdonado para enseñarnos como debemos perdonar nosotros, El nos ha puesto la muestra, el ejemplo, para que nosotros por el poder del Espíritu Santo que mora en nosotros hagamos lo mismo. No es una opción mas que Dios nos da es un mandamiento. Y es algo que Dios reitera por medio del Apóstol Pablo en su carta a los Colosenses 3:12-13 en donde escribe:


12 Vestíos, pues, como escogidos de Dios, santos y amados, de entrañable misericordia, de benignidad, de humildad, de mansedumbre, de paciencia; 13 soportándoos unos a otros, y perdonándoos unos a otros si alguno tuviere queja contra otro. De la manera que Cristo os perdonó, así también hacedlo vosotros.

Pidamos siempre a Dios que nos ayude a perdonar como El nos ha perdonado a nosotros. ¿Amen?


Dios los bendiga.

lunes, 2 de enero de 2012

La Vida Cristiana Victoriosa Capitulo Quince

Por Alan Redpath

La Vida Satisfecha

Josué 13:33

29 También dio Moisés heredad a la media tribu de Manasés; y fue para la media tribu de los hijos de Manasés, conforme a sus familias. 
30 El territorio de ellos fue desde Mahanaim, todo Basán, todo el reino de Og rey de Basán, y todas las aldeas de Jair que están en Basán, sesenta poblaciones, 
31 y la mitad de Galaad, y Astarot y Edrei, ciudades del reino de Og en Basán, para los hijos de Maquir hijo de Manasés, para la mitad de los hijos de Maquir conforme a sus familias. 
32 Esto es lo que Moisés repartió en heredad en los llanos de Moab, al otro lado del Jordán de Jericó, al oriente. 
33 Mas a la tribu de Leví no dio Moisés heredad; Jehová Dios de Israel es la heredad de ellos, como él les había dicho. 
—Josué 13:29–33


El primer versículo del capitulo 13 del libro de Josué comienza con el recordatorio de Jehová a Josué: “Queda aún mucha tierra por poseer.” Hemos visto cuan verdadero es esto para todos nosotros en relación a nuestra experiencia espiritual. Nos recordamos nosotros mismos que la posesión de la tierra por el pueblo de Israel fue por suertes. En otras palabras, Dios determinó el área precisa que cada tribu debía ocupar, y cada una de ellas era responsable de aplicar los principios que habían aprendido en las guerras que libraron todas juntas para tomar posesión de del área que Dios les había dado. Reconocemos que a menudo es porque nos negamos a aceptar nuestra suerte que fracasamos en poseer todo lo que Dios tiene para nosotros en Cristo.

Quiero tomar ese pensamiento y dirigir algunas palabras a aquellos que no están contentos con su suerte. Yo me encuentro con muchas vidas solitarias en estos días. Algunas están solitarias porque se encuentran completamente desilusionadas. Las brillantes esperanzas de sus años mozos han sido destrozadas. Los problemas de salud han plagado su caminar, y parecen ser incapaces de alguna vez ser, o hacer algo bueno para nadie. En esos casos, el matrimonio que comenzó con tantas esperanzas ha probado ser algo desastroso, y ahora se encuentran atónitos entre los escombros de lo que alguna vez fue un hogar. De alguna manera sienten que nunca más podrán volver a ser los mismos. Aun algunos cristianos los ven con sospecha, y el horrendo estigma del divorcio es algo que parece estar mas halla de sus fuerzas para quitárselo. 

Otros están enfrentando la vida sin tener a nadie en casa. Lo que una vez había sido su sueño dorado ha perdido su brillo, y ahora sienten que nadie los quiere. Aun otros han perdido a su esposo o esposa, y han quedado al cuidado de los hijos—completamente solos y aplastados por la responsabilidad. 

Si a través de los años usted ha sido tentado a tener lo que pudiera ser casi un sentir de resentimiento hacia Dios, y se encuentra en peligro de convertirse en alguien amargado y agrio, déjeme decirle que Dios tiene algo que decirle en esta porción de las Escrituras: “Mas a la tribu de Leví no dio Moisés heredad; Jehová Dios de Israel es la heredad de ellos, como él les había dicho.” (Josué 13:33). 

Si usted mira este versículo junto con Deuteronomio 10:8 y 9, podrá entender algo mas de su significado. Allí usted podrá leer, “En aquel tiempo apartó Jehová la tribu de Leví para que llevase el arca del pacto de Jehová, para que estuviese delante de Jehová para servirle, y para bendecir en Su nombre, hasta hoy, por lo cual Leví no tuvo parte ni heredad con sus hermanos; Jehová es su heredad, como Jehová tu Dios le dijo.)” 

Un gran honor le fue otorgado a esta gente, pues fueron llamados a una vida de adoración: Jehová Dios de Israel era su heredad. Ellos Lo poseían—todos Sus recursos, todo Su poder, todas Sus bendiciones vendrían a ellos y a través de ellos a los demás. No debían permitir que ninguna relación personal de menos importancia estorbara a su comunión con Dios. Solo Él era su heredad. Sus intereses debían estar centrados solamente en Él, y Su servicio debía ser llevado acabo sin ninguna distracción en lo absoluto. 

Los levitas fueron llamados, además, a una vida de trabajo. Ellos debían “estar delante del Señor para ministrarle a Él.” Su trabajo estaba en el santuario, y su influencia sobre los demás era la de un intercesor, la influencia más grande de todo el mundo. De igual forma eran llamados a vivir una vida de testimonio. Ellos debían “bendecir en Su nombre.” Debían ser, por así decirlo, un canal con dos causes, canales a través de los cuales el hombre podía acercarse a Dios, y a través de los cuales Dios podía acercarse al hombre. 

Al mandato de Dios, se nos dice en Números 35:2, las otras tribus debían separar cuarenta y ocho ciudades para ser usadas por los levitas. Cuando lo levitas terminaban con el trabajo del santuario, ellos se iban a vivir a esas ciudades. Recién salidos del santuario de Dios, llenos con el gozo de Su servicio y la gloria de Su presencia, ellos traían la influencia santificadora de la presencia del Señor a donde quiera que fueran. En el santuario ellos llevan al hombre a Dios; en la ciudad llevaban a Dios al hombre. Tal era el honor especial concedido a los levitas—una vida de adoración, una vida de trabajo, una vida de testimonio. “Jehová el Dios de Israel, era su heredad.” 

¿Es esta la vida a la que algunos de ustedes han sido llamados? No les ha dado heredad en la tierra; sin embargo Él les ha dado todo, porque Él es su heredad. ¿Puede haber frustración en esa vida? ¿No disipa esto todo resentimiento hacia Dios? ¿No abre esto delante de usted un horizonte sin límites, oportunidades inagotables? ¿No le quita esto ese sentido de soledad, y cambia el dolor de sentirse no querido en una gran emoción al darse cuenta de que Cristo es suyo y usted es de Él? Él lo quiere a usted para Si mismo para el mas grande servicio que existe en este mundo, para entrar al santuario de parte del hombre y para ir a la ciudad de parte de Dios. 

En segundo lugar, la historia que preparó a la tribu de Levi para recibir este honor es de un significado sobresaliente en el Antiguo Testamento. Yo quiero que usted vea que fue lo que los llevó a tener este lugar único y especial dentro de la economía de Dios. En Génesis 34:25–31 se relata que Simeón y Levi, hermanos por nacimiento, participaron en el asesinato de mucha gente y fueron reprendidos por su padre, Jacob, quien les dijo que a causa de esto ellos habían deshonrado su nombre entre los pueblos de la tierra. Aun en su lecho de muerte, Jacob nunca pudo perdonarlos por su crueldad, su ira, y sus malas obras, y, por lo tanto, en lugar de darles su bendición de padre, los maldijo: “Armas de iniquidad sus arma. . . . Maldito su furor, que fue fiero; Y su ira, que fue dura. Yo los apartaré en Jacob, Y los esparciré en Israel” (Gen. 49:5, 7). 

No había nada en los años tempranos de Simeón y Levi que indicara el futuro propósito de Dios. Su vida de jóvenes era vergonzosa; habían traído deshora sobre si mismos, sobre sus tribus, y sus familias. Pero, amigos míos, ¿No es verdad que Dios restaura los años que la oruga se ha comido? ¿No toma Él corazones sucios y los limpia? ¿No toma Él el barro que ha sido dañado en las manos del alfarero y lo convierte en un vaso nuevo? ¡Sí, de hecho Él lo hace! Nuestro Dios nunca permite que la historia pasada, sin importar cuan desagradable o cuan pecaminosa, le evite darnos un lugar especial en Su servicio. 

Claro que hubo un momento decisivo. Llegó un momento en el cual la maldición sobre Levi se cambio en bendición. La maldición pronunciada sobre Simeón siguió su curso, y su tribu menguó hasta llegar a su extinción. Pero no así con Levi; Jehová se convirtió en la heredad de los levitas. ¿Cómo fue que sucedió esto? En Éxodo 32:26 encontramos la respuesta. Moisés, se acordará usted, había vuelto del monte sobre el cual recibió los mandamientos de Dios, a descubrir que todo el pueblo se había entregado a la idolatría. Él se paró a las puertas del campamento y exclamo a todo el ejército de su pueblo, “¿Quién está por Jehová? Júntese conmigo.” Y todos y cada uno de los levitas respondió, se arrepintieron de su pecado, y se volvieron a Dios. Desde ese momento fueron señalados para ser bendecidos. Fue entonces que Dios los llamó al servicio sacerdotal, y decretó que Él seria la heredad de ellos. 

¡Cuan diferente fue el destino de estos dos hermanos! Uno no se arrepintió, y el otro sí se arrepintió, e inevitablemente la operación del gobierno de Dios los siguió a través de todas sus vidas. Por favor note que los levitas eligieron a Dios, no cuando se encontraban en la tierra de bendición, sino cuando estaban en el desierto. En aquel entonces las promesas de Dios parecerían estar poco claras y desconocidas. El futuro se vería oscuro y el viaje lleno de preocupaciones. El pecado y la idolatría abundaban a su alrededor, y sin embargo se volvieron al Señor en esa situación y buscaron Su rostro. En ese momento crucial y crítico de sus vidas eligieron al Señor. 

Que palabras tan preciosas tiene Dios para decir a algunos de ustedes a través de esta historia—de hecho a todos nosotros. Dios lo eligió a usted en Cristo desde antes de la fundación del mundo. Él sabía todo acerca de usted desde antes de que usted naciera; Él lo miro a través de su infancia y su niñez, a través de su adolescencia, y a través de su juventud, nunca a habido un momento de su vida en donde usted se encontrara mas allá de Su mirada o Su cuidado. Aun cuando usted se apartó de Él, Sus ojos estaban puestos en usted. Quizás en su viaje ha habido soledad y preocupaciones, dificultad y oscuridad, pero, amigos míos, lo que sea que el pasado haya tenido para ustedes, recuerden, “Él conoce los caminos que yo tomo.” 

Más especialmente Dios recuerda cuando, en el desierto, rodeado por el pecado y la idolatría, usted se mantuvo firme por Cristo y se rehusó a permitir que alguna cosa o alguna persona lo arrastraran de nuevo al mundo. ¡Oh, cuan contento estuvo el corazón de Dios ese día! 

De ese momento en adelante la pregunta que Él ha tenido para usted es esta: “¿No es licito para Mi hacer Mi voluntad con lo que es mío?” ¡Sí, al permanecer firme por Cristo usted rindió su ser a Él, y desde ese momento usted es de Él! 

A algunos, Dios no les ha dado heredad en la tierra, ni hogar, ni amor terrenal, solo un camino que parece estar lleno de dificultades y cargas aplastantes. Quizás usted ha llegado a creer que Dios le ha estado castigando por todos sus fracasos y recordándole que usted esta descalificado para siempre de servirle a Él porque usted lleva un estigma sobre si mismo. 

¡Cuan diferente es la verdad! Jehová Dios de Israel es su heredad. Suyo es el privilegio especial de probar lo precioso de la abundante gracia de Su perdón y Su amor. Él le ofrece a usted una vida de adoración, una vida de trabajo, una vida de testimonio si, de la oscuridad de los días en el desierto, usted lo ha elegido a Él como su indiscutible Señor. El imaginarse, por ejemplo, que una persona que se encuentra en un matrimonio que ha probado ser algo desastroso y debe llevar sobre si el estigma de ello, es poner sobre ella una carga que es completamente contraria a lo que dice el Libro dice y la cual la gracia de Cristo puede completamente quitar. 


Gracias a Dios que en el momento que parece ser que alguien ha sido aplastado mas allá de poder ser ayudado, cuando las cosas que ha querido mas parecen estarse derrumbando a su alrededor, y él fue dejado en los escombros de lo que alguna vez creyó era su hogar, el Señor Jesús extiende Su mano para ayudar. Gracias a Dios que Él toma el barro que ha sido estropeado, la preciada vida que ha sido quebrantada y ensuciada, y la amolda de nuevo, ahora formando con ella un vaso de honor, santificado, y listo para el uso del maestro. Y le dice, “De este momento en adelante Jehová tu Dios será tu heredad.” 


He buscado señalarle a usted el honor que le fue concedido a la tribu de Levi y la historia de lo que lo prepare para recibir ese honor. Debemos también observar la esperanza que ese honor inspiró en sus corazones: “Jehová Dios de Israel es la heredad de ellos, como él les había dicho.” 

En otras palabras, fue planeado que fuera así. Lo que les sucedió no fue un error, no fue de segunda mano, sino que ya se encontraba en el consejo de Dios cuyos caminos son inescrutables y cuya sabiduría es siempre perfecta. 

Para poner el reflector de la verdad sobre nuestro texto debemos recordar a nuestros corazones una vez más que la Epístola de Pablo a la iglesia en Efeso es el comentario Neo-testamentario del libro de Josué. Y en Efesios 1:11–12 leemos del Señor Jesucristo, “En Él asimismo tuvimos herencia, habiendo sido predestinados conforme al propósito del que hace todas las cosas según el designio de su voluntad, a fin de que seamos para alabanza de su gloria, nosotros los que primeramente esperábamos en Cristo.” ¿Entiende el lenguaje? “En Él asimismo tuvimos herencia”—una herencia escogida, es nuestra suerte, nuestra porción ordenada en el consejo de Dios, escogidos de acuerdo a Su propósito, planeado de acuerdo a Su propósito, planeado de acuerdo a Su voluntad, que es inescrutable. ¿Para qué? A fin de que “seamos para alabanza de su gloria, nosotros los que primeramente esperábamos en Cristo.” Esto es nuestro lado del cuadro por así decirlo. Tenemos una herencia en Jesucristo; Jehová el Dios de Israel es nuestra herencia. 

Pero nuestro lado debe ser igual al lado de Dios; la sociedad debe ser completa. La herencia que tenemos en Jesús debe tener una respuesta si es que va a haber perfección. Esa respuesta es presentada en Efesios 1:18, en donde Pablo ora por sus oidores, “alumbrando los ojos de vuestro entendimiento, para que sepáis cuál es la esperanza a que él os ha llamado, y cuáles las riquezas de la gloria de su herencia en los santos.” Nuestra herencia en Cristo e igualada por la herencia de Cristo en Su Pueblo. Nuestra posesión de Él es igualada por su posesión de nosotros. 

Pudiera ser que usted no este entre la gente acerca de la cual he estado hablando en este capitulo. De algunos de nosotros se pudiera decir, a un nivel humano, que hemos sido mas afortunados, porque Dios nos ha bendecido con hogares felices e hijos piadosos, y con suficientes de lo bienes de este mundo para mantenernos fuera de la pobreza. Me dirijo a ustedes como si me dirigiera a mi propio corazón: tengamos cuidado de que las cosas que Dios nos ha dado no estropeen Su herencia en nosotros y nos hagan responder a Él en nuestros corazones de una forma no digna de Su gracia y Su amor. 

Al corazón solitario, a la vida desilusionada, la vida que no tiene herencia en la tierra, Dios le dice, “Jehová todo poderoso es vuestra herencia.” Y ese mismo Dios espera que usted le responda a Él y que reconozca que Él tiene su corazón entero, que usted es de Él sin ninguna duda ni disputa. 

Y a aquellos de nosotros a los que Dios ha bendecido en la vida humana con hogares felices, sigue siendo verdad que Jehová Dios de Israel es nuestra herencia. Él está esperando hasta que encuentre una completa y total herencia en Su pueblo. Algunos de nosotros Le hemos negado esto por los dones que nos ha dado. Y me pregunto yo si quizás esta sea la razón por la que Dios a menudo permite que tantos corazones y hogares cristianos que han sido bendecidos con cosas terrenales atraviesen por lugares de oscuridad y terror para que descubran que, las cosas humanas y materiales les han sido quitadas. Quizás Dios no ha podido confiar estas cosas a estas personas, pues por ellas le roban a Dios su herencia. 

“¡Jehová Dios de Israel es vuestra herencia!”

Vida Cristiana Victoriosa: Estudios en el Libro de Josué
Copyright © 2007 by the Redpath Family
Traducido por Carlos Alvarado