lunes, 16 de enero de 2012

La Vida Cristiana Victoriosa Capitulo Dieciseis

Por Alan Redpath

El Galardón del Discípulo 

Josué 14:14 


6 Y los hijos de Judá vinieron a Josué en Gilgal; y Caleb, hijo de Jefone cenezeo, le dijo: Tú sabes lo que Jehová dijo a Moisés, varón de Dios, en Cades-barnea, tocante a mí y a ti. 

7 Yo era de edad de cuarenta años cuando Moisés siervo de Jehová me envió de Cades-barnea a reconocer la tierra; y yo le traje noticias como lo sentía en mi corazón. 
8 Y mis hermanos, los que habían subido conmigo, hicieron desfallecer el corazón del pueblo; pero yo cumplí siguiendo a Jehová mi Dios. 
9 Entonces Moisés juró diciendo: Ciertamente la tierra que holló tu pie será para ti, y para tus hijos en herencia perpetua, por cuanto cumpliste siguiendo a Jehová mi Dios. 
10 Ahora bien, Jehová me ha hecho vivir, como él dijo, estos cuarenta y cinco años, desde el tiempo que Jehová habló estas palabras a Moisés, cuando Israel andaba por el desierto; y ahora, he aquí, hoy soy de edad de ochenta y cinco años. 
11 Todavía estoy tan fuerte como el día que Moisés me envió; cual era mi fuerza entonces, tal es ahora mi fuerza para la guerra, y para salir y para entrar. 
12 Dame, pues, ahora este monte, del cual habló Jehová aquel día; porque tú oíste en aquel día que los anaceos están allí, y que hay ciudades grandes y fortificadas. Quizá Jehová estará conmigo, y los echaré, como Jehová ha dicho. 
13 Josué entonces le bendijo, y dio a Caleb hijo de Jefone a Hebrón por heredad. 
14 Por tanto, Hebrón vino a ser heredad de Caleb hijo de Jefone cenezeo, hasta hoy, por cuanto había seguido cumplidamente a Jehová Dios de Israel. 
15 Mas el nombre de Hebrón fue antes Quiriat-arba; porque Arba fue un hombre grande entre los anaceos. Y la tierra descansó de la guerra. 

—Josué 14:6–15


El capítulo 14 del libro de Josué contiene una muy maravillosa historia, acerca de un hombre que, a la edad de 85 años, interrumpió la repartición de la tierra entre el pueblo de Dios cuando se salió de las filas para reclamar la porción de tierra que Dios le había prometido 45 años antes. 


Caleb es uno de los grandes personajes de la Biblia. ¡Cuan profundo y sin embargo cuan sencillo fue el secreto de su grandeza! La gente que es grande no es complicada; son la sencillez misma. Usted puede leer al verdadero hombre de Dios como si fuera un libro. Para los ojos que han sido abiertos por el Espíritu de Dios es fácil discernir la grandeza de un hombre como Caleb. ¡Cuan eternos son los principios de Dios y cuan inmutables las condiciones de toda bendición espiritual! Estoy seguro que si aprendemos a seguir al Señor nuestro Dios cumplidamente como lo hizo Caleb, el resultado será él mismo tanto en su vida como la mía. El Dios de Caleb es nuestro Dios. 


Que la fe que fue nuestra durante nuestra juventud no se apague en nuestra vejez, que la visión del Señor sea aun mas clara al envejecer, que cuando nuestro peregrinar por esta vida este por terminar no estemos contentos con solo mirar hacia el pasado sino que estemos listos y ansiosos por librar nuevas batallas con nuestro enemigo—sin duda es a lo que todos aspiramos. Esta fue la aspiración de este “Gran Corazón” del Antiguo Testamento. Veámoslo a él, para ver si podemos entender el secreto de su grandeza. 

Este hombre de Dios tuvo una fe que nunca titubeo. Vuélvase atrás 45 años a aquel funesto día en la historia del pueblo de Dios según se recuenta en los capítulos 13 y 14 del Libro de Números. Después de un rápido cruce del desierto llegaron a un lugar llamado Cades-Barnea, en los mismos limites de la tierra prometida por Dios. Pero la incredulidad que tan seguido los plagó durante su peregrinar por el desierto demandaba que espías fueran enviados para explorar la tierra. Doce hombres, uno de cada tribu, recordarán ustedes, fueron enviados a reconocer el terreno. 

Después de un recorrido de inspección de seis semanas volvieron con dos reportes: un reporte de parte de la mayoría y uno de la minoría. Ahora, la mayoría reconoció que la tierra fluía con leche y miel, pero habló con temor de los gigantes. “Sin embargo,” ellos dijeron, “el pueblo que habita aquella tierra es fuerte, y las ciudades muy grandes y fortificadas; y también vimos allí a los hijos de Anac.” [Que son descendientes de los gigantes] (Números 13:28). “No podremos subir contra aquel pueblo” dijeron. En el reporte minoritario traído por Josué y Caleb reconocieron la existencia de los gigantes, pero ellos creyeron a Dios. “Si Jehová se agradare de nosotros, Él nos llevará a esta tierra” (Números 14:8). Y nos la entregará.” Dijeron ellos. 

Ellos habían visto todo lo que la mayoría había visto, con esta diferencia: la mayoría había medido a los gigantes contra sus propias fuerzas; Caleb y Josué habían medido a los gigantes contra Dios. La mayoría tembló; los dos triunfaron. La mayoría tenían grandes gigantes y a un Dios pequeño. Caleb tenía un Dios grande y gigantes pequeños. Sin duda existía un “si” condicional en su creencia, pero no era un “si” de incredulidad en humildad: “Si Jehová se agradare de nosotros.” Al decir esto, él miró hacia atrás al peregrinar por el desierto que había durado un año; él recordó el día en él que había sido sacado de Egipto por el poder de la sangre del Cordero; él recordó la dirección segura de la columna de fuego de noche y la nube de día, y él sabia que Jehová se agradaba en Su pueblo. “Por lo tanto él nos llevará a esta tierra.” 

El clamor del pueblo fue, “Volvámonos a Egipto.” Se habían olvidado de la esclavitud. En su deseo de evitar mayores problemas y peligros en este peregrinar deshonraron a Dios. Por lo tanto Él tuvo que hacer perfectamente claro que la bendición de la tierra, que tenia que ser recibida por fe y obediencia, tenía que ser negada a toda una generación de Su pueblo con la excepción de Caleb y Josué. 

Acerca de Caleb Dios dijo, “Por cuanto hubo en él otro espíritu, y decidió ir en pos de mí, yo le meteré en la tierra donde entró” (Números 14:24). Como atesoró Caleb esa promesa del Señor en su corazón durante cuarenta y cinco años de cansado deambular, de incesante trabajo e interminable conflicto, de esperanzas no realizadas. Entre las murmuraciones de la gente él retuvo el propósito de seguir completamente al Señor. De la misma forma que un ilustre antepasado, “No dudó, por incredulidad, de la promesa de Dios, sino que se fortaleció en fe, dando gloria a Dios;. . . plenamente convencido de que era también poderoso para hacer todo lo que había prometido;” (Romanos 4:20–21). Era una pérdida de tiempo el tratar de convencer a Caleb de que se revelara contra Moisés. Nunca se encontró entre los inconformes o entre los escépticos e incrédulos. Nunca se encontró entre la gente que anhelaba las cebollas y el ajo de Egipto. Nunca fue encontrado entre aquellos que desobedecieron a Dios o entre la gente que se volvió a la idolatría. Él había visto lo que era el galardón por la obediencia, y eso fue suficiente para mantenerlo en la verdad el resto de su vida, y fue eso lo que lo trajo finalmente al lugar que Dios le había prometido. 

Que momento cuando, a los ochenta y cinco años de edad, ese hombre, en toda la madurez de un carácter piadoso, y en toda la autoridad de alguien que cree en Dios, se salió de las filas él solo. Había pasado por muchas dificultades y había tenido éxito en la lucha para vencer a aquellos que hubieran hecho casi cualquier cosa para disuadirlo de sus convicciones. Que emoción fue escucharlo decir, “¡Ahora, después de cuarenta años de esperar, después de mucha agonía de espíritu, después de haber sido tentado por la muchedumbre a dar marcha atrás—ahora, dame la montaña de la cual habló el Señor en aquel día!” 

No se cuantos de nosotros vamos a llegar a vivir hasta los ochenta y cinco años, pero Dios sabe como anhelo que cuando llegue al atardecer de la vida yo pueda tener una fe como la de Caleb basada en una convicción inmovible de que el Señor se agrada en mi. ¿Qué no se agrada Él de nosotros? Mire la Cruz del Calvario. Seguramente Dios ha mostrado Su amor hacia nosotros mas allá de cualquier duda, en que “cuando aun éramos pecadores Cristo murió por nosotros.” 

Yo vi a Jesús, 
Nada más importa ya, 
La visión de mi espíritu, 
Al Señor Crucificado encadenada está. 

Por esa razón, no importa cuan oscuro o solitario el camino, sabemos que Dios ama a Su pueblo. Sabemos que al final de la jornada el galardón será nuestro, que con fe y con paciencia heredaremos la promesa. ¡Pero, oh, como titubea nuestra fe! ¡Como le huimos a la batalla de la vida! No siempre nos encontramos alertas; no siempre estamos vueltos hacia Jesús. ¡Como, Dios nos perdone, hemos sentido la atracción de Egipto de nuevo! Hemos estado conscientes una y otra vez de la fascinación que tenemos con las cosas que dejamos en nuestra juventud. Cuan a menudo nos hemos sentido desanimados en nuestra lucha para seguir caminando con Dios, cuan a menudo nos hemos sentido tentados a quejarnos, y cuan a menudo, Dios perdónanos, nos unimos al ejercito de aquellos que se quejan de que la vida cristiana es demasiado difícil. Tenemos que humillarnos delante de Dios cuando reconocemos que aunque hemos sido puestos en la posición de Sus hijos, en experiencia somos solo pecadores salvos por gracia. 

Mis amigos cristianos, quiero que una vez mas se vuelvan a Jesús. Miren hacia atrás y recuerden el pozo del cual ustedes fueron salvados, miren hacia atrás a la paz que vino a sus vidas, y recuérdenle a su corazón que su fe esta fundada sobre el cimiento de la convicción que “Dios amó tanto al mundo, que dio a Su Hijo unigénito” (John 3:16).

Notemos también que la fuerza de Caleb nunca se debilitó. El versículo once de este asombroso capitulo nos dice que a la edad de ochenta y cinco años Caleb declara que él es tan fuerte como cuando tenía cuarenta años. Él dijo, “Todavía estoy tan fuerte como el día que Moisés me envió; cual era mi fuerza entonces, tal es ahora mi fuerza para la guerra, y para salir y para entrar.” Una fe que nunca titubeó le habilitaba para poder tener una fe que nunca se debilitó—el poder de Dios mismo. Ninguna energía humana hubiera sido suficiente para las pruebas del camino. Sin embargo este hombre podía trabajar y luchar y quedar completamente exhausto, y aun así poder estar lleno de la fuerza de Dios. Si había un hombre que lo pudiera decir, él sin duda podía decir que, “aunque este nuestro hombre exterior se va desgastando, el interior no obstante se renueva de día en día.”

Oh, cuan precioso es para mi, al encontrarme casi a la mitad de mi vida, y conocer a personas con la edad para poder ser mi padre o mi madre, algunos de ellos sin fuerzas para salir de sus casas, algunos ya delicados en cuerpo, y sin poder asistir a la casa de Dios, alguno ya muy débiles en su mente, pero aun fuertes en la fe. Yo quiero terminar mi peregrinar por esta tierra de esa forma, ¿Usted no? Fuerte, valeroso, seguro, teniendo denuedo en la fe, y pudiendo decir, “he peleado la buena batalla, he terminado la carrera, he guardado la fe.” Caleb podía hacer uso de la clase de fuerza que es irresistible porque el tenía una fe que nunca titubeó. 

Y su galardón fue una victoria total. En Josué 15:14 descubrimos que de toda la gente que recibió heredad en la tierra, Caleb fue el único que tuvo éxito en expulsar al enemigo. Los otros apenas y pudieron avanzar; da tristeza leer al última parte del libro de Josué, porque una y otra vez leemos, “Y no pudieron echarlos fuera.” Los carros de hierro eran demasiado fuertes para ellos—a menudo ese es el recuento del libro. Pero Caleb echó fuera al enemigo completamente, aun cuando había tres gigantes en la tierra que le tocó a él. El hombre que siguió cumplidamente a Dios fue el único que fue completamente victorioso en la lucha. 

Estamos conscientes—enfrentemos esta verdad juntos delante de Dios—de que a menudo hemos fracasado en nuestro intento de expulsar al enemigo. Él sigue acechando desde esa fortaleza dentro de nosotros de la cual nos avergonzamos amargamente en nuestros mejores momentos. Él aun conoce los puntos débiles de nuestra armadura. Pero yo siempre he encontrado que el fracaso de no echar fuera de mi vida al enemigo, se debe a mi fracaso de no seguir cumplidamente al Señor. Existe alguna falla, algo que hace que mengue la fuerza espiritual, algo que roba la vitalidad espiritual, y si no fuera por eso el enemigo sería exterminado. El triunfo absoluto es logrado solo como resultado de una obediencia total. Solo Dios sabe, al Él ver en nuestros corazones, en donde se encuentra la fuga de nuestra consagración, la falla de nuestra obediencia, el colapso en nuestro caminar con Él, que ha resultado en nuestro fracaso en completamente exterminar a nuestro enemigo. ¡Dios perdónanos, Espíritu Santo ilumina nuestros corazones! Caleb siguió cumplidamente al Señor, y echo completamente fuera al enemigo. 

Ahora usted debe observar algo más acerca de Caleb, que tenia una bendición que nunca desperdició. Porque de nuevo en el capitulo 15 se nos dice que él tenia algo extra para dar a su hija y el esposo de ella. Él pudo tomar algo de la heredad que Dios le había dado a él, y dársela a esta pareja de recién casados al ellos comenzar su vida juntos. Él les dio las fuentes de arriba y las fuentes de abajo. Verdaderamente se pudiera decir acerca de Caleb que él era “como un huerto bien regado, lleno de fragancia,” esta era la condición de su corazón. La bendición de su vida rebosaba de él y tocaba a otra gente, y él tenia el poder de abrir fuentes de bendición espiritual para otros. 

¿No le da hambre a su corazón de decir, “Señor Jesús, hazme así?” Al mío sí. Oh que podamos llegar radiantes a nuestra vejez y con la habilidad que se extrae de haber vivido la experiencia de la gracia de Dios para poder pasar el excedente de lo que Dios me ha dado a mí, a alguna pareja que comienza su peregrinar por la vida junta. Para poder enseñar a otros el camino de la gracia, la bendición y la victoria, y poder decir estas cosas sin que me cause vergüenza, no solamente con mis labios, sino con una vida que se ha convertido en algo dulce y lleno de gracia y semejante a Cristo—oh, que pueda tener una vejez como esa. 

Amados, había un secreto para todo esto, y fue simplemente esto: Caleb nunca languideció. Cuando a la edad de cuarenta años fue a espiar la tierra, hubo un lugar que capturó su corazón. No fue su fruto, no fue la leche y miel que lo atrajeron a ella. Para este gigante de la fe esas bendiciones eran secundarias. El nombre del lugar era Hebron. Situada sobre una escabrosa montaña, era la fortaleza más poderosa del enemigo, y era cuidada por los más fuertes de los gigantes de la tierra. Allí Abraham había puesto su tienda. Allí Dios había hablado frente a frente a Abraham. Fue allí en donde Dios le había dado a Abraham la tierra prometida. La palabra “Hebron” transmite en si misma este significado: compañerismo, amor, y comunión. Este era el lugar que Caleb quería. Es el lugar que todos nosotros debemos buscar y encontrar. 

Existe un lugar guardado por fuerzas poderosas, una fortaleza escabrosa de a cual Satanás intenta mantener alejado al pueblo de Dios a toda costa. Él está preparado para regatear por porciones de la tierra con los hijos de Dios: él les concederá los llanos y los valles, él les dará leche y miel. Ah, pero cuando Satanás ve a un alma que lucha por acercarse a la montaña de Hebron—esa alma que no estará satisfecha con nada en su vida excepto el amor, el compañerismo y la comunión con Dios—entonces Satanás es movido a dar una batalla desesperada. 

Aquí estaba el secreto de la paciencia de Caleb, de su fe, y de su completa victoria—en Hebron él había visto de lejos el galardón del discipulado—el galardón mas grande de todos. Aquí Dios se había encontrado con el hombre frente a frente. Caleb vio el lugar de comunión, de compañerismo, de la bendición infinita de Dios, y, a pesar del costo y de las dificultades, el siguió adelante hasta que Hebron fue suyo. 

“Por tanto, Hebrón vino a ser heredad de Caleb hijo de Jefone cenezeo, hasta hoy, por cuanto había seguido cumplidamente a Jehová Dios de Israel.” (14:14).

Vida Cristiana Victoriosa: Estudios en el Libro de Josué 
Copyright © 2007 by the Redpath Family 
Traducido por Carlos Alvarado


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